lunes, 4 de octubre de 2010

Capitulo 1, parte 1.

Un soldado abrió la puerta de la alacena en la que estabamos.

Grité. Tenía miedo. Me acurruqué más aún creyendo que así podría salvarme. Ni siquiera era judía pero ayudar a un judío se consideraba delito. Y como no, algunos miembros de mi familia habían ayudado a unos cuantos. No me parecía bien lo que pasaba, pero en estos momentos me interesaba más por mi supervivencia que de una guerra sin sentido. En la cual yo no tenía ni voz, ni voto.

Miró, más bien escrutó cada centimetro de Adler. Como era el hombre debía fijarse en él primero, supuse. Luego comenzó a mirarme a mí. Estubo más rato observandome ya que yo me negaba a ponerme visible, tenía miedo. Se escuchaban bombardeos fuera, ¿y pretendían que me asomase a donde diera la luz? Cinco o seis soldados más se unieron al otro, creyendo que era judía. Apareció uno que llamó mi atención. Me sonaba de algo. Tal vez fue la curiosidad, o tal vez fue el miedo pero salí de la alacena y me coloqué detrás de mi hermano el cual dijo:

- Es Aubrey Bertram, es mi hermana. Y como véis ninguno de nosotros es judío. Tan solo nos refugiamos de las bombas.

Sonó tan sereno que hasta yo me tranquilizé, pero me sentía muy observada y eso que todos miraban en esos momentos a mi hermano. Miré a todos los soldados hasta que me paré en unos ojos, unos ojos de un color medio oscuro.

- Creo que deberían venir con nosotros al refugio, señor. - dijo el chico que me sonaba, el de los ojos oscuros.

No les hize mucho caso, haría lo que hiciese mi hermano. No me quedaría sola. Observé a todos los hombres, eran los típicos alemanes rubios y fuertes. Eran soldados, ¿cómo si no iban a ser así? Me dí cuenta de que querían llevarnos para reclutar a mi hermano, pero eso conllevaba que a mí me darían protección y eso era un punto a favor. Aunque tenían unos veinte mil en contra, pero yo era una mujer y no podía opinar.

Mi hermano aceptó, él estaba a favor de el führer. Cosa que mis padres no aprobaban, pero ahora lo que ellos pensasen daba igual. La familia se había tenido que dividir para nuestra supervivencia. Mi hermana pequeña Giselle se fue con mi abuelo, mis padres se quedaron juntos y mi hermano y yo permanecimos unidos. Así que el que tomaba las decisiones era él, Adler, y yo tan solo las acataba.

Definitivamente nos ibámos con los soldados, me dejaron cojer alguna de mis pertenencias. Se pasaron toda la noche haciendo unas cuantas redadas más. Seis o siete víctimas acabaron en los camiones de los lados mientras que yo iba en el de los soldados. Cuando entraban a una casa donde había judíos gritaban, gritaban mucho. Cosas que si tal vez yo las digo, nunca te permitirían leer este relato. Por que no eran cosas que ninguna persona de la edad que sea deba oír. Se escuchaban los sollozos de miedo de las víctimas, pero yo esperaba fuera del coche para cojer un poco el aire.

Me preguntaron que, que sabía hacer yo. Mi hermano rápidamente contestó que cocinaba y cosía, a parte de estudiar obviamente. No me dejaba hablar, ni hacer nada. Parecía que quería hacerse el importante delante de sus nuevos compañeros de trabajo. Pero es que tan solo tenía dieciséis años pero en tan solo una noche se volvió insoportable. Me ponía de los nervios. Aunque el soldado que llamó mi atención no se dirigió a mi en todo el trayecto, si que me observó detenidamente. Eso era que nos conocíamos de algo... pero por más que pensaba no sabía de qué.

Me asignaron el puesto de cocinera, pero me dijeron que me podía vestir como quisiese. Que yo no iba a ser una criada, y muchísimo menos con un hermano soldado. Bobadas. No me apetecía cocinar a unos soldados y esperarlos para cuando volviesen de capturar más judíos y de reclutar algún que otro soldado. Por suerte mi hermano se quedaría en esa unidad. Por lo cual no tendría que conocer más soldados.

Llegamos a la casa donde se hospedaban los soldados y donde a partir de ahora me hospedaría yo también. Allí me enseñaron mi nueva habitación, era del tamaño de la que los soldados compartían mientras que yo la tenía para mí sola. Me dejarían decorarla como quisiese. Algunas fotos de mi familia, alguna foto de Berlín, algún dibujo o cosas así; me dijo Frederick, el de los ojos oscuros. Me senté en la cama y me acurruqué. Se suponía que debía estar féliz, sobreviviría a la guerra. Pero no sabía de mi familia, me importaba realmente más mi hermana pequeña que los demás. Por que ella era una niña, tenía tan solo seis años. Mientras que los demás habían vivido ya algo.

Cerré los ojos con fuerza y contuve un sollozo. No iba a demostrar que estaba mal, pero un peso calló en la cama. Millones de imágenes de mi familia sufriendo pasaron por mi cabeza. Deseaba saber donde estaba mi hermana para traerla con migo. Era injusto.

- ¿Qué te pasa? Deberías estar feliz, vas a salvarte. - una mano rozó mi pelo.

Una lágrima cayó por mi mejilla, como si fuese un acantilado. Me tomé mi tiempo para contestar. No quería que mi voz sonase como si fuese a derrumbarme. Pasaron unos minutos y el peso no se movió de su lugar.

- Giselle está sola, ella no va a salvarse. - susurré.

- ¿Giselle? ¿Quién es Giselle? -preguntó el peso, el cuál no era mi hermano.

Abrí los ojos de par en par y me quedé anonadada al ver quién era el peso. Era Frederick. Y yo sin conocerlo de nada estaba hablando con él tan tranquilamente. Me levanté y me fuí al baño, me enjuagué la cara y empezé a colocar mis cosas de aseo. Se apoyó en el marco de la puerta y me dijo:

- Debe ser importante para ti, por que te pones de ese modo.

- Ni siquiera me conoces, como para saber del modo que me pongo - repliqué de mal humor -. Pero sí, es importante para mí. Es mi hermana pequeña. 

- Realmente sé que te conozco de algo, pero no logro saber de qué - contestó tranquilamente.

Vamos, que no era la única que lo pensaba. No era la única que tenía cerebro en ese lugar. Pero es que en ese momento tampoco es que me importase de que lo conocía. Si consiguiera que mi hermana ocupase esa cama al lado de la mesilla que compartían las camas. Con dos peluches y un libro en su camita para que yo, su hermana, se lo leyése como hacíamos todas las noches antes de esta horrible guerra.

- Tú también lo piensas, ¿verdad? - me preguntó.

- Tal vez, pero no tengo ganas de averiguarlo en estos momentos. Quiero encontrar a mi hermana, y que ella ocupe ese lugar, traiga sus libros y me acompañe en todo momento hasta que todo esto acabe - respondí, acercandome a él.

- Tal vez pueda ayudarte en eso. Mientras los demás hacen redadas, puede que salgamos a buscarla.

El cepillo de deintes que tenía en la mano se resbaló de mis manos y cayó al suelo con un ruido sordo. Se rió un poco. Vale, bien. Acababa de quedar como una estúpida de las grandes. Pero... ¿qué más daba? Esto era increíble. Esta que estaba pensando no era yo.

- ¿De verdad harías eso?

[...]

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